Francisco Mojica



Brutalismo

Bruto. (Del lat. brutus)
1. adj. Necio, incapaz.
2. adj. Vicioso, torpe, o excesivamente desarreglado en sus costumbres.
3. adj. Violento, rudo, carente de miramiento y civilidad.
4. adj. Dicho de una cosa: Tosca y sin pulimento.

Bajo la forma de un estudio fotográfico del paisaje del centro de Bogotá, Brutalismo busca promover cuestionamientos sobre el desarrollo de la ciudad, y el efecto de la arquitectura y el espacio en el comportamiento y la percepción de sus habitantes.

La experiencia personal del autor inmerso en su objeto de estudio, establece los presupuestos sobre los cuales se desarrolla la obra: la sensación de asfixia producto de las construcciones que rebosan el espacio donde se erigen; demasiado grandes para las calles que las comunican; en franco conflicto entre ellas y reduciendo a una mínima expresión a sus habitantes, quienes terminan por ser consumidos por sus volúmenes.

Esta perspectiva se ve representada en las fotografías por la casi inexistente presencia humana. De igual manera, los encuadres cerrados, sin cielos ni horizontes en varias de ellas, estimulan la impresión de una ciudad gigantesca, interminable, fuera de la escala humana.

El término brutalismo hace referencia a un estilo arquitectónico caracterizado por el uso extensivo, aunque no exclusivo, del hormigón en ásperas y aparentemente inconclusas fachadas, modeladas en geometrías angulares repetitivas. No obstante se evidencia cierta influencia de esta escuela a lo largo de la obra, las imágenes invitan hacia una acepción más amplia de la palabra, implicando dureza, torpeza, violencia e intromisión.

Estas construcciones se erigen sobre la cuadrícula original trazada sobre el modelo castellano de calles perpendiculares, según los designios coloniales de la corona española. Calles estrechas que en los últimos sesenta años, sin haber ganado un centímetro de extensión, pasaron de albergar casas de una o dos plantas, a enfrentar moles de varios pisos.

El sentimiento de asfixia es reforzado por la plomiza luz bogotana. Una luz dura y pesada, sucia por el smog, por el concreto, por las cacofonías, por las culatas de los edificios que esperan eternamente la aparición de un vecino que las cubra.
Una ciudad inconclusa que invita a que su siguiente apéndice sea aun más grande, más desproporcionado, más brutal.

Sobre este lienzo empiezan a distinguirse poco a poco chispazos ocre, azules, verdes, amarillos; cortes sobre la luz mórbida que crean una paleta de colores común a toda la serie, y que ocurre por las características urbanísticas del área objeto de estudio: Hacia el sur de la calle 11, pasados los edificios del poder público, aun predominan antiguas casas de techos de teja de barro, en su mayoría residenciales. La calle 26, por su parte, es la frontera arquitectónica que hacia el norte marca la hegemonía de cincuenta años del ladrillo en las fachadas bogotanas.